Por qué estoy tan triste.

Negar lo que sentimos o mirar hacia otro lado no sirve. La tristeza se ha convertido, junto a la ansiedad, en uno de los signos de nuestro tiempo.

Estamos tristes y ya no lo ocultamos bajo una careta de felicidad impostada. Y tenemos motivos para estarlo. La pandemia, antes, y la guerra de Ucrania, ahora, nos ha instalado en una incertidumbre permanente en la que hasta cosas tan rutinarias como planificar unas ‘simples’ vacaciones de verano se nos antoja casi imposible.

Por mucho que nos empeñemos en ‘tirar para adelante’ como si no hubiera pasado nada, nuestras vidas han cambiado y no querer verlo es una especie de ‘pan para hoy y hambre para mañana’ que nos acabará por pasar factura.

De pronto, sin darnos cuenta, no podemos reprimir las ganas de llorar ante situaciones que, hasta hace poco, apenas nos afectaban. «Nos enfrentamos a un conflicto permanente de exigencias internas contradictorias entre deseos y temores, que están influyendo en nuestro estado de ánimo, y que se están expresando en síntomas o conductas que antes no teníamos o, al menos, no con tanta frecuencia. Nuestra realidad actual, que empezó hace ya casi dos años, nos ha hecho experimentar fragilidad, vulnerabilidad y un profundo sentimiento de pérdida tanto. reales como simbólicas. Todo esto nos ha facilitado una hipersensibilidad afectiva que se expresa con mayor facilidad para el llanto y tristeza», explica Soraya Bajat, jefa de Salud Mental en el Hospital Universitario Sanitas La Moraleja y del servicio de Psicología en el de La Zarzuela.

Mirar hacia otro lado sirve de poco cuando las heridas son mucho más profundas de lo que habíamos calibrado y todavía están sin cerrar. «La pandemia y sus secuelas nos están afectando más de los que nos podemos creer a priori, porque ha supuesto un desarraigo existencial en el mundo a todos los niveles (social, económico, sanitario, político, cultural…). Todo lo que hemos vivido y seguimos viviendo, ha supuesto una ruptura con nuestra manera de actuar de antes de la pandemia y nos ha obligado a un cambio en casi todos nuestros ámbitos de funcionamiento, cambio al que todavía nos estamos adaptando y del que todavía estamos aprendiendo».

Ha afectado tanto negativa como positivamente, subraya esta psicóloga, porque «no todo ha sido negativo, pero sí que ha sido un cambio que implica un proceso de adaptación que no es siempre es fácil».

Nuestra forma de relacionarnos con los demás ya no es la misma: «Nuestras relaciones sociales han cambiado mucho, tanto en frecuencia como en la expresión afectiva durante los encuentros. Ha disminuido el contacto físico espontáneo y la expresión de afectos. También, se han perdido ocasiones de contacto social tanto por las restricciones como por el miedo al contagio o el teletrabajo lo que ha generado una sensación de soledad, aislamiento y pérdida afectiva con la sensación de tristeza que ello conlleva».

Hasta aquí, el relato de unos hechos del que todos somos partícipes pero, ¿ante qué síntomas nos deberíamos de ocupar/preocupar? «Si son síntomas de malestar muy intenso; si son moderados pero persisten a lo largo del tiempo o si producen cambios significativos en nuestro bienestar emocional, deberían ser motivo suficiente para que tratemos de hacer algo para solucionarlo y no esperar más a que desaparezcan por sí solos».

En este escenario tan complicado en el que todos andamos con las emociones a flor de piel, ¿es normal llorar con un anuncio de televisión o una canción (por poner dos ejemplos tontos)? «En estos casos, la normalidad hay que contextualizarla de forma individualizada, evaluando la vivencia según su intensidad o duración y la tendencia previa de la persona a tener esta conducta. Los estímulos como los anuncios o las canciones son una forma de comunicación diseñada expresamente para activar en nosotros respuestas cognitivas, afectivas y conductuales. De ahí, que el llanto puede ser una reacción absolutamente normal porque algunos conmueven o reavivan recuerdos de trama afectiva».

La anormalidad de esta reacción, prosigue, se manifiesta cuando existe «una hipersensibilidad y labilidad emocional (descontrol de los estados emocionales) ante esos estímulos que habitualmente no generaban esa respuesta con tanta facilidad ni de forma tan frecuente y/o intensa».

Porque de nada sirve negarlo. Estamos tristes. Y tenemos motivos para estarlo.

Fuente: El mundo.es

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